domingo, 29 de abril de 2018

Y aquí estamos... veinte días después.
Máldito tiempo, deja de pasar tan rápido.
Hago esto porque papá me lo pidió y siendo el hombre más importante de mi vida no puedo negar su petición.

El problema es que no he querido escribir mucho porque no tengo ganas de pensar.
La verdad es que no me hace mucho bien.
Explicaré por qué:

¿Sobre qué puedo escribir o reflexionar?
¿En qué debería profundizar?
Más que de los lugares, las personas, el clima, la música o el idioma.
Creo que de lo que más se ha tratado este viaje para mí, ha sido de conocerme.
De mí... siendo estricta, aprensiva y vale madrísta, déjandome llevar para al final: querer dar amor en cada esquina.
Somos personas y así como el tiempo pasa, las cosas pasan y de poco a poco evolucionan sin que nos demos cuenta.
Estoy viviendo un momento que atesoré y que al mísmo tiempo nunca esperé durante mucho tiempo.
Lo deseaba, más nunca me dí la oportunidad de creerlo, por temor a las expectativas y a la posible decepción.
De pronto, estas viviendo un momento que así como llega: se va.
Pisas, ves, hueles y escuchas un lugar y en unas cuántas horas BUM, lo dejas atrás.
Dicen los grandes que así es la vida.
Este momento es algo y mañana, cuándo vuelves a ver los videos y las fotos... ya se sienten diferente.
Se pintan de melancolía.
Así que prefiero ni siquiera darle tantas vueltas y realmente vivir los momentos cómo vienen, cómo son.
A veces es mejor ver la vida así.

Disfrutar de lo que huele, disfrutar del frío, ver por la ventana y ver la iglesia, pisar el piso de madera.
Saludar a un amigo del otro lado del planeta y abrazarlo sin preocuparme demasiado porque es posible que en un mes ya no sepa cuándo lo volveré a ver.
Reír, bailar y cantar.
Ver la lluvia, huir de la lluvia, hartarme de la lluvia... porque así cuando vuelva disfrutaré (al menos por dos días antes de que lo vuelva a odiar) al sol. Para después... algún día volver a extrañar la lluvia.

Solo he podido estar en Paris en dos ocasiones.
La dinámica de caminarla y sentir su inmensidad, de perderte, seguir el google maps, ver sus luces y colores... solo se puede vivir al 100% cuando la recorres con alguien.
Es una ciudad de amor, de alegría y de brillo pero en mi opinión y si algo he aprendido de este viaje... es que todo brilla dos veces más cuando lo compartes con alguien.
No estoy diciendo que no es padre caminarla sola o disfrutarla por cuenta propia solo digo... que los lugares se hacen más especiales en grupo.





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