jueves, 6 de mayo de 2021

El aire que entra por la ventana del trabajo el día de hoy, huele a las mañanas de miércoles de cuando era niña y que quién sabe por qué fortuna del destino no me tocaba ir a la escuela y me iba con mamá al tianguis. 

Huele a mañana, a posibilidades.

Creo que eso es lo rico del olor del amanecer. Recordar que empieza un nuevo día y que cualquier cosa puede ser posible. Es una oportunidad nueva. 

Olor a amanecer, ese mix de aromas que se hace, me gusta tratar de imaginármelo.

Huele a cómo se refrescan las cosas ante la ausencia del sol: las banquetas de las calles, el asfalto, la tierra en los jardines, las hojas, las ramas y los troncos de los árboles que absorben la humedad del sereno.

Y aún así ante ese frescor, empieza el calorcito rico del sol y el destello de colores, el montón de pajaritos contentos de un lado al otro buscando comer, el olor a café de las fondas en las esquinas o los chilaquiles, los lonches de pierna, tacos al vapor, cosas llenas de grasa que yo ni como muchas veces pero que relaciono con las mañanas por los paseos con mamá al tianguis. 

También se me antoja estar en un vips como con mi abuelita, el olor a café de cafetera y el tintinear de los cubiertos. Hot cakes, roles de canela y yogur. 

Y hoy estoy aqui. Casada, sentada en Clase Azul trabajando. No es malo. Solo es diferente.

Ya quiero que sea sábado en la mañana y amanecer tranquila con Ismael. 



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